Por supuesto, el tabaco favorece un envejecimiento prematuro de nuestra piel.
¿Cómo se produce este efecto?
Sabemos que el tabaco produce alteraciones en el tejido conjuntivo (o tejido de soporte), ya que produce la activación de unas enzimas que van a degradar el colágeno y la elastina.
Además, produce un estrechamiento de los vasos sanguíneos dando lugar a una disminución del flujo sanguíneo en la zona y también genera radicales libres, que dañan directamente el ADN.
Todas estas alteraciones dan lugar a:
Un adelgazamiento de la piel.
Acentuación del contorno óseo de la cara.
A la aparición de arrugas a una edad más temprana como: las patas de gallo (alrededor de los ojos) o el código de barras (alrededor de la boca), como consecuencia de la movilización de los músculos que utilizamos al fumar.
Favorece la sequedad de la piel: Produce una disminución de la hidratación de la capa más superficial de la piel, deshidratando nuestra piel y haciéndola tener un tono más apagado y menos luminoso.
Como resultado de todo esto, las personas fumadoras tienen un envejecimiento cutáneo prematuro, su piel está más apagada, castigada, con arrugas más profundas y tempranas y con ojeras más marcadas.
¿Fumas? Todavía estás a tiempo de dejarlo.
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